Y una mujer que llevaba un niño en los brazos dijo: “Háblanos de los hijos”
Y Al-Mustafá, el Elegido y el Bienamado dijo:
Vuestros hijos no son vuestros hijos. Son los hijos y las hijas del ansia de la vida por sí misma. Vienen a través de vosotros, pero no son vuestros. Y aunque vivan con vosotros, no os pertenecen. Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos porque ellos tienen sus propios pensamientos. Podéis abrigar sus cuerpos, pero no sus almas, pues sus almas habitan en la mansión del Mañana que vosotros no podéis visitar ni siquiera en sueños. Podéis esforzaros en ser como ellos, pero no intentéis hacerlos como a vosotros porque la Vida no retrocede ni se detiene en el Ayer.
Sois los arcos con los que vuestros niños, como flechas vivas, son lanzados. El Arquero ve el blanco en el camino del infinito, y Él, con Su poder, os tenderá, para que Sus flechas puedan volar rápidas y lejos. Que la tensión que os causa la mano del Arquero sea vuestro gozo, ya que así como Él ama la flecha que vuela, ama también el arco que permanece inmóvil.
Gibran Khalil Gibran (Beirut, 1883 - Nueva York, 1931)
Momotarô
-Cuento tradicional japonés-
En una aldea lejana, vivía una pareja de ancianos que nunca tuvieron hijos y se sentían muy solos y tristes.
Un día, mientras el anciano recogía leña en la montaña, la anciana fue al río a lavar la ropa, cuando observó que por el río descendía un extraño objeto. Sorprendida, comprobó que era un melocotón gigante, el más grande que había visto nunca. Lo sacó del agua y lo llevó a su casa para cenar. Cuando llegó el anciano, la mujer le dijo:
-Mira que melocotón tan grande y hermoso he traído para tu cena.
Y el anciano respondió:
-Córtalo por la mitad y nos lo comeremos entre los dos.
La mujer trajo un gran cuchillo, y se disponía a partir el melocotón, cuando de repente, se oyó una voz humana desde su interior.
-Por favor, ¡no me cortéis!
Ante al asombro de los dos ancianos, el melocotón comenzó a abrirse lentamente, y de su interior salió un niño.
-No os asustéis -dijo el niño-. El Dios del cielo vio lo solos que estabais y decidió enviarme para ser a partir de ahora vuestro hijo.
El anciano y la anciana, con gran alegría, adoptaron al niño, y como había nacido de un melocotón, decidieron llamarle Momotarô. Naturalmente, se sintieron felices de criar por fin al niño que siempre habían deseado tener, y lo educaron para que llegase a ser un buen muchacho.
Un día, cuando Momotarô cumplió los 19 años, se acercó a sus padres adoptivos y les habló de la siguiente manera:
-Padre, madre, habéis sido muy amables conmigo y me habéis cuidado muy bien. Ahora soy mayor y debo agradecéroslo de alguna forma. A lo lejos, en algún lugar del océano, se encuentra la Isla de los Ogros. Allí viven muchos ogros malvados que a menudo vienen a las aldeas de los alrededores para robar a la gente. He decidido ir a esa isla y acabar con los ogros. Por favor, padre, dame tu permiso".
El anciano, con una mezcla de sorpresa y orgullo, dio su permiso a Momotarô. Entre él y la anciana le ayudaron a prepararse todo lo necesario para el viaje. Le dieron una espada, una armadura y provisiones. Momotarô se puso en camino, no sin antes prometer a sus padres que volvería sano y salvo.
Durante su viaje, camino del mar, Momotarô se encontró con un perro de pelaje moteado que empezó a gruñir y a amenazar con lanzarse a morderlo, pero nuestro protagonista le ofreció un poco de comida, y le explicó que se dirigía a la Isla de los Ogros. Entonces el perro decidió unirse a él.
Momotarô y el can siguieron su camino, y más adelante encontraron un mono. El perro y el mono se enfrentaron, pero Momotarô intervino de nuevo y le explicó al mono el motivo de su viaje. El mono decidió acompañar a Momotarô y al perro en su largo y peligroso viaje.
Los tres siguieron andando, y más adelante, vieron un faisán. El perro y el mono se disponían a atacarle, pero cuando el faisán se enteró que se dirigían a acabar con los ogros, se unió al grupo.
Durante el viaje, con Momotarô al mando, el perro moteado, el mono y el faisán, tres animales que normalmente no se llevan bien unos con otros, acabaron por hacerse buenos amigos. Recorrieron un largo camino hasta que finalmente llegaron al mar. Momotarô construyó una barca, para cruzar en dirección a la Isla de los Ogros. Al avistar la isla, observaron que estaba fuertemente protegida por una fortaleza y vigilada por muchos ogros rojos, azules y negros. Entonces, el faisán voló sobre la fortaleza y comenzó a atacar a los ogros guardianes, propinándoles fuertes picotazos en la cabeza. Éstos intentaron golpearlo con sus garrotes, pero el ave era muy veloz y esquivaba los golpes. Mientras los ogros estaban distraídos, el mono se coló en la fortaleza y abrió la puerta desde dentro. Entonces Momotarô y el perro entraron y se unieron a la lucha.
La batalla fue larga y cruenta. El faisán atacaba a los ogros picándolos en la cabeza y los ojos, el mono los arañaba, el perro los mordía mientras Momotarô los atacaba con su afilada espada. A pesar de que eran muchos, los ogros acabaron dando por perdida la batalla ante la fuerza y agilidad de sus rivales, y se rindieron arrodillándose a los pies de Momotarô, al que prometieron dejar de ser malvados a partir de entonces. Seguidamente le entregaron el tesoro que tenían guardado.
El tesoro contenía grandes cantidades de oro y plata, una capa y un sombrero de invisibilidad, e incluso un martillo mágico, que hacía aparecer monedas de oro cada vez que era golpeado contra el suelo. Momotarô y sus amigos animales cargaron el tesoro en la barca y regresaron a casa, donde en compañía de los dos ancianos, vivieron para siempre felices y en la abundancia.
Un día, mientras el anciano recogía leña en la montaña, la anciana fue al río a lavar la ropa, cuando observó que por el río descendía un extraño objeto. Sorprendida, comprobó que era un melocotón gigante, el más grande que había visto nunca. Lo sacó del agua y lo llevó a su casa para cenar. Cuando llegó el anciano, la mujer le dijo:
-Mira que melocotón tan grande y hermoso he traído para tu cena.
Y el anciano respondió:
-Córtalo por la mitad y nos lo comeremos entre los dos.
La mujer trajo un gran cuchillo, y se disponía a partir el melocotón, cuando de repente, se oyó una voz humana desde su interior.
-Por favor, ¡no me cortéis!
Ante al asombro de los dos ancianos, el melocotón comenzó a abrirse lentamente, y de su interior salió un niño.
-No os asustéis -dijo el niño-. El Dios del cielo vio lo solos que estabais y decidió enviarme para ser a partir de ahora vuestro hijo.
El anciano y la anciana, con gran alegría, adoptaron al niño, y como había nacido de un melocotón, decidieron llamarle Momotarô. Naturalmente, se sintieron felices de criar por fin al niño que siempre habían deseado tener, y lo educaron para que llegase a ser un buen muchacho.
Un día, cuando Momotarô cumplió los 19 años, se acercó a sus padres adoptivos y les habló de la siguiente manera:
-Padre, madre, habéis sido muy amables conmigo y me habéis cuidado muy bien. Ahora soy mayor y debo agradecéroslo de alguna forma. A lo lejos, en algún lugar del océano, se encuentra la Isla de los Ogros. Allí viven muchos ogros malvados que a menudo vienen a las aldeas de los alrededores para robar a la gente. He decidido ir a esa isla y acabar con los ogros. Por favor, padre, dame tu permiso".
El anciano, con una mezcla de sorpresa y orgullo, dio su permiso a Momotarô. Entre él y la anciana le ayudaron a prepararse todo lo necesario para el viaje. Le dieron una espada, una armadura y provisiones. Momotarô se puso en camino, no sin antes prometer a sus padres que volvería sano y salvo.
Durante su viaje, camino del mar, Momotarô se encontró con un perro de pelaje moteado que empezó a gruñir y a amenazar con lanzarse a morderlo, pero nuestro protagonista le ofreció un poco de comida, y le explicó que se dirigía a la Isla de los Ogros. Entonces el perro decidió unirse a él.
Momotarô y el can siguieron su camino, y más adelante encontraron un mono. El perro y el mono se enfrentaron, pero Momotarô intervino de nuevo y le explicó al mono el motivo de su viaje. El mono decidió acompañar a Momotarô y al perro en su largo y peligroso viaje.
Los tres siguieron andando, y más adelante, vieron un faisán. El perro y el mono se disponían a atacarle, pero cuando el faisán se enteró que se dirigían a acabar con los ogros, se unió al grupo.
Durante el viaje, con Momotarô al mando, el perro moteado, el mono y el faisán, tres animales que normalmente no se llevan bien unos con otros, acabaron por hacerse buenos amigos. Recorrieron un largo camino hasta que finalmente llegaron al mar. Momotarô construyó una barca, para cruzar en dirección a la Isla de los Ogros. Al avistar la isla, observaron que estaba fuertemente protegida por una fortaleza y vigilada por muchos ogros rojos, azules y negros. Entonces, el faisán voló sobre la fortaleza y comenzó a atacar a los ogros guardianes, propinándoles fuertes picotazos en la cabeza. Éstos intentaron golpearlo con sus garrotes, pero el ave era muy veloz y esquivaba los golpes. Mientras los ogros estaban distraídos, el mono se coló en la fortaleza y abrió la puerta desde dentro. Entonces Momotarô y el perro entraron y se unieron a la lucha.
La batalla fue larga y cruenta. El faisán atacaba a los ogros picándolos en la cabeza y los ojos, el mono los arañaba, el perro los mordía mientras Momotarô los atacaba con su afilada espada. A pesar de que eran muchos, los ogros acabaron dando por perdida la batalla ante la fuerza y agilidad de sus rivales, y se rindieron arrodillándose a los pies de Momotarô, al que prometieron dejar de ser malvados a partir de entonces. Seguidamente le entregaron el tesoro que tenían guardado.
El tesoro contenía grandes cantidades de oro y plata, una capa y un sombrero de invisibilidad, e incluso un martillo mágico, que hacía aparecer monedas de oro cada vez que era golpeado contra el suelo. Momotarô y sus amigos animales cargaron el tesoro en la barca y regresaron a casa, donde en compañía de los dos ancianos, vivieron para siempre felices y en la abundancia.
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