Grifaldo Toledo, Jorge

viernes, 30 de mayo de 2014

Poema de Viernes (a través de Mª Pilar Couceiro)

Para este viernes un divertido poema en el que se acusa de tú a tú a Cupido de ser un tramposo y malnacido...



El embajador de Felipe II en Italia, poeta insigne y también
destacado militar e historiador, ofrece en este Soneto una
divertida ruptura con los privilegios del amor y le da una
paliza al sentimiento que se cobija en trampas, requiebros
y desaires, atacando sin piedad las virtudes amorosas y
lamentándose de sus trampas.


"Amor, cuerpo de Dios con el merdoso,
cochino, porquezuelo, malmirado,
¿en qué ley halláis vos que un hombre honrado
esté sujeto a vos? Decid, lendroso”.

"¿Qué fuerza tenéis vos, rapaz, mocoso,
hijo de una gran puta, malmirado,
de muy bajo solar, malinclinado,
chiquito, merdosillo, cegajoso”.

“¿Por qué os llaman Amor, siendo tan crudo?
¿Por qué sois tan crüel, siendo tan tierno?
¿Por qué desaboráis, siendo Cupido?”

“¿Por qué sois tan parlero, siendo mudo?
¿Por qué os hacéis vos dios, siendo un infierno?
Amor, Cupido sois; sois escupido”.

Diego Hurtado de Mendoza (Granada, 1503-Madrid, 1575), Soneto


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martes, 27 de mayo de 2014

Poema de Viernes (a través de Mª Pilar Couceiro)

Un pelín tarde publico este poema de viernes... pero no he podido resistir publicarlo ya sin esperar al siguiente viernes... me encanta esta mujer...



Esta poetisa de origen tártaro y familia aristócrata, cambió su apellido,

Gorenko, por el de su abuela materna, ya que su padre se negaba a verlo
impreso en "algo tan poco respetable como un libro de poemas".
Como consecuencia de la Revolución rusa y años siguientes, Anna
perdió a sus dos maridos y a punto estuvo de que ajusticiaran también
 a su hijo. Tras ser deportada, se ganó la vida como traductora.
Estuvo nominada para el Premio Nobel.


¿Cómo puedes mirar al Neva,
cómo puedes pararte sobre los puentes?
La gente acierta cuando piensa que sufro:
tu imagen nunca me abandona.
Las alas de los ángeles negros pudieron abatirte,
y cuento los días hasta el Juicio Final.
Las calles, profanadas de espeluznantes fuegos,
como hogueras de rosas en la nieve.


Y dejando que la nieve derretida fluya

como lágrimas de mis inmóviles, broncíneas pestañas,
deja que la paloma de la prisión llame a la distancia
y los barcos anden calladamente sobre el Neva.

Anna Ajmátova  (Odessa, 1889-Moscú, 1966), Neva

Как ты можешь смотреть на Неву,
Как ты смеешь всходить на мосты?..
Я недаром печальной слыву
С той поры, как привиделся ты.
Черных ангелов крылья остры,
Скоро будет последний суд.
И малиновые костры,
Словно розы, в снегу растут.

"И позволяя таяние снега течь
как слезы из моих неподвижных бронзовщиков вкладок,
пусть тюрьма голубь востребовать
ходить спокойно и лодки на Неве.

Анна Ахматова, Невe



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viernes, 16 de mayo de 2014

Poema de Viernes (a través de Mª Pilar Couceiro)

Este viernes Piluka nos ofrece un poema de Li Tai Po, que vivió en el s. VIII durante la dinastía Tang. Celebremos con él la llegada de este fin de semana primaveral...





Considerado el mayor romántico de la dinastía Tang,
se encuentra entre los más respetados poetas de la
historia de la literatura china. Destaca su extravagancia,
sus imágenes taoístas y su defensa del vino, posible
causa, según la leyenda, de su muerte,  ahogado en el
río Yangze, por haberse caído al intentar abrazar el
reflejo de la luna.
(Lo siento, Li Xiang, no pude encontrar el original en chino)






Un vaso de vino entre las flores:
bebo solo, sin amigo que me acompañe.
Levanto el vaso e invito a la luna:
con ella y con mi sombra, seremos tres.
Pero la luna no acostumbra beber vino,
y mi perezosa sombra sólo sabe seguirme.
Festejemos, con mi amiga luna y mi sombra esclava,
mientras aún es primavera.

En las canciones que entono vibran rayos lunares;
en la danza que ensayo mi sombra se aferra y deshace.
Los tres juntos, antes de beber, holgábamos;
ahora, ebrios, cada cual va por su lado.
¡Regocijémonos muchas horas todavía,
en nuestro extraño festín inanimado,
para encontrarnos al fin en el Río de las Nubes!


LI TAI PO (China, 701-762), Mientras bebo solo, a la luz de la luna




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Viernes 9 de mayo

miércoles, 14 de mayo de 2014

Cuentos de la Luna LLena (a través de Mª Pilar Couceiro)

Misterio y escalofríos para celebrar el plenilunio de este mes... disfrutadlo...




LA CRIPTA DE LA CATEDRAL

John Wyndham
(Warwickshire [Inglaterra], 1903- Petersfield [Inglaterra], 1969)


-El pasado parece aquí tan cerca ... -observó CIarissa, pensando en voz alta-. Como si no se hubiese esfumado en la historia. .

Raymond asintió. No habló, pero la joven sintió que la comprendía y que, como ella misma, sentía la carga de la antigüedad aplastando la milenaria ciudad española.

-La mayoría de nuestras ciudades cambian constantemente -continuó la muchacha, de forma semiinconsciente y elaborada-, alejando de sí el pasado en beneficio del progreso, y existen algunas, como Roma, verdaderas ciudades eternas que prosiguen majestuosamente su ruta, absorbiendo los cambios cuando se producen. Pero esta ciudad no es de esta clase. Aquí, el pasado parece..., parece arrogante, como si batallase contra el presente. Está decidida a conquistar a todas las fuerzas modernas. Mira esto, por ejemplo.

El coche, nuevo y reluciente, se hallaba delante de la portalada de la catedral, Un sacerdote lo bendecía con la mano en alto, mientras murmuraba unas plegarias para el bienestar y la salvaguardia de sus ocupantes.

-Lo está encomendando a la custodia de Dios y de san Cristóbal, el patrono de los automovilistas -le explicó Raymond-. En nuestra patria se dice que los coches vacían las iglesias; aquí incluso llevan los coches a los templos. Tienes razón, querida: el pasado no quiere ceder sin ofrecer resistencia.

El automóvil, obtenido el beneplácito celestial, siguió su camino y con él desapareció todo vestigio del siglo XX. El sol de la tarde iluminaba una escena completamente medieval. Inundaba la parte occidental de la catedral, tornándola de gris en rosa, convirtiéndola en algo más que en piedra sobre piedra, en algo que vivía descansando eternamente. La frágil belleza de las cosas vívidas residía en aquellos alanceamientos góticos que parecían elevarse hasta el cielo. Aquellos encajes y filigranas, aquella magnífica aspiración no podía absorber el arte y la existencia del hombre y, sin embargo, seguía siendo mera piedra. Algo del alma de sus arquitectos viviría eternamente entre aquellas torres.

-Es hermosísima -susurró Clarissa-. Me hace sentirme pequeña..., casi asustada.

Sobre el oscuro portal se extendía una hilera de santos de piedra a lo largo de toda la fachada. Más arriba, un ventanal puntiagudo miraba como el ojo ciego de un cíclope. Aún más arriba, las gárgolas ascendían hacia el sol, manteniendo su incesante custodia sobre los demonios. La catedral era una fantasía de la fe y el espíritu, tanto como las manos, había ayudado a su construcción: un sueño de piedra sobre unos cimientos de almas.

-Sí..., es muy hermosa --corroboró Raymond.

Avanzó hacia las abiertas puertas. Clarissa, colgada de su brazo, dio un paso atrás sin saber por qué. La belleza puede ser pavorosa, ¿pero puede por sí sola producir una profunda sensación de terror?

-¿Entramos? -preguntó.

Su esposo captó su tono y la miró con leve sorpresa. Raymond se doblegaba a cualquiera de los deseos de su mujer. Para él, el mundo no contenía nada más querido que Clarissa, y aún lo era más al cabo de tres semanas de matrimonio.

-¿No quieres? ¿Estás cansada?

Clarissa trató de rechazar sus temores; en realidad, no eran dignos de ella. Además, se veía claro que Raymond deseaba entrar.

-No. Claro que debemos visitarla. Dicen que el interior es todavía más fascinante que la fachada.

Pero mientras penetraban en el interior del templo, sumido en una grata penumbra, la inquietud de la joven volvió a presentarse. Unos temores etéreos parecían rodearla y penetrarla, reales aunque impalpables. Se apretó contra Raymond y su firme realidad, tratando de compartir su admiración por los cuadros, las capillas y las imágenes. Juntos contemplaron el enorme y brillante crucifijo que parecía estar suspendido del distante techo, pero la mente de Clarissa no estaba atenta. a los comentarios de su joven marido. Pensaba en lo sosegado y solitario de aquel gran monumento. De vez en cuando, veía moverse una o dos formas tan silenciosamente corno fantasmas, unos puntitos de luz brillaban lejos, en los oscuros rincones, como estrellas temblorosas en la negrura del espacio. Flotaba por doquier una sensación de paz, pero no la paz de la tranquilidad.

Atravesaron la catedral hacia las capillas laterales donde Raymond se interesó prolijamente en la decoración y los ornamentos. Transcurrió algún tiempo antes de que levantase la mirada y observase la palidez de su esposa.

-¿Qué te pasa? ¿Estás enferma, querida?

-No -le tranquilizó ella-. No, me encuentro bien.

Era cierto. No le ocurría nada, aparte de aquel arrollador deseo de volver a la familiaridad del ruido, la agitación y la gente.

-Bien, tendremos que marcharnos -dijo Raymond-. Deben estar a punto de cerrar.

Volvieron al pasillo central, en dirección a la salida. El sol se estaba ya poniendo y su fulgor era muy tenue. Las luces del interior del templo también eran escasas y débiles, pálidos cirios y una o dos lámparas votivas. El ventanal central no era más que una sombra; la forma del portal era invisible. Descuidadamente, Raymond apretó el paso. Clarissa se aferró más fuertemente de su brazo.

-Seguramente no habrán... -empezó a balbucir el joven, pero dejó sin acabar la frase cuando vieron que la doble puerta estaba cerrada.

-No habrán reparado en nosotros, cuando nos hallábamos en una de las capillas -exclamó Raymond con más animación de la que sentía-. Bien, tendremos que llamar.

Pero el ruido de .sus puños al aporrear las macizas puertas resultó infantilmente fútil. Aquellos golpes, pese a su fuerza, apenas podían oírse a través de los sólidos maderos. Gritaron los dos a la vez. Sus voces se perdieron en resonancias bajo las bóvedas. El sonido, yendo de pared a pared, volvió a ellos, distorsionado, fantasmal.

-No, -le imploró Clarissa-, no grites más. Me asustas.

Raymond calló al momento, pero no quiso admitir en voz alta que también él se asustaba del eco como si estuvieran perturbando cosas que deseaban dormir.

-Tal vez haya otra salida por alguna parte -sugirió con poca esperanza.

Sus tacones resonaron también fuertemente sobre las losas, en su búsqueda. Clarissa ahogó un poderoso impulso de andar de puntillas. Todas las puertas que probaron parecían estar aseguradas con pesados cerrojos, los últimos siempre más resistentes y firmes que los anteriores. Pudieron abrir algunas puertas, pero ninguna conducía al exterior.

-Encerrados -reconoció Raymond enojado cuando volvieron a hallarse delante de la puerta principal-.Todas las salidas están bloqueadas. Temo que nos hemos quedado prisioneros. Sin convicción, aporreó de nuevo la puerta.

-Pero no podemos quedarnos aquí –la voz de Clarissa sonó implorante, como una niña que suplica no quedarse sola en la oscuridad. Raymond rodeó su cintura con el brazo y ella se aplastó materialmente contra él.

-Pues es lo que tendremos que hacer. No hay forma de impedirlo. Al fin y al cabo, podría. haber ocurrido algo peor. Estamos juntos y completamente a salvo.

-Sí, pero... ¡Oh, bueno, supongo que soy una tonta por estar asustada!

-No tienes nada que temer, cariño. Mira, podemos volver a aquella capilla y ponernos lo más cómodos que podamos, olvidando que existe la vida exterior. Hay cojines en unos sitial es que utilizaremos como almohadas. Como he dicho, hubiera podido ser peor.

*                      *                      *

Raymond se despertó de repente gracias a un leve movimiento de Clarissa que estaba reclinada contra su brazo.

-¿Qué pasa? -murmuró adormilado.          

-¡Chist! Escucha ...

La joven escrutó el rostro de su marido cuando éste obedeció, temiendo en parte que él no oyese el ruido, pero esperando, sin embargo, que le demostrase que se trataba de una alucinación auditiva. Raymond se incorporó. sobresaltado.

-Sí, lo oigo. ¿Qué diantre...? -consultó su reloj. Era la una y media-. ¿Qué pueden estar haciendo a esta hora?

Escucharon unos instantes en completo silencio. El confuso rumor, procedente de afuera, se aclaró en un canto de absoluta solemnidad. No podían entender las palabras, pero sí la armonía que se elevaba y disminuía como el rumor del lento y embravecido oleaje. Raymond medio se levantó. Clarissa lo asió del brazo, implorante la voz.

-No, no, no vayas... Es... -calló. Ninguna palabra podía expresar sus sensaciones. También él intuía una especie de aviso. Volvió a dejarse caer sobre el asiento. Las voces se aproximaban lentamente. El canto proseguía. Ocasionalmente, se elevaba hasta un sonoro acorde para volver al ininterrumpido tono monocorde.

Los dos jóvenes fueron avanzando hasta que sólo un banco de alto respaldo les ocultó de la nave central. Se acurrucaron, atisbando en la penumbra.

Pasó la lenta procesión. Primero, los acólitos con incensarios balanceantes, detrás el portador de una cruz, luego una figura solitaria vistiendo un ropón y caminando delante de una docena de monjes de hábitos pardos, que salmodiaban, sus semblantes apenas iluminados por las luces de los cirios que sostenían. Después, las hermanas de una Orden de hábitos negros, brillantes sus caras, blancas como el papel, como surgiendo de la oscuridad. Otros dos monjes, sujetando con unas cuerdas a una monja solitaria. Era joven, no sin edad como las demás, pero la hermosura de su rostro estaba bañada en angustia. Relucientes lágrimas de temor y desdicha resbalaban de sus pupilas, cayendo sobre sus ropas. No podía secárselas ni ocultar su rostro ya que tenía los brazos fuertemente atados a la espalda. De cuando en cuando, su voz se elevaba en un clamor asustado por encima de los cánticos. Era un débil grito que se ahogaba en su garganta. Lanzaba miradas a ambos lados y volvía la cabeza para mirar a su espalda con inútil desesperación. Dos veces trató de retroceder, tirando sus brazos de las cuerdas. Los dos monjes que la conducían, resistieron sus esfuerzos obligándola a continuar avanzando. Cayó una vez de rodillas, moviendo los labios y contemplando la inmensa cruz que colgaba del techo. Imploraba piedad y perdón, pero las cuerdas la arrastraban implacablemente.

Clarissa se volvió horrorizada hacia su marido. Vio que también él había comprendido y sabía qué rito iba a cumplirse, Murmuró algo en voz demasiado baja para que ella lo oyese.

La lenta procesión con su sucesión de cirios se acercó al altar. Todos fueron realizando una genuflexión antes de torcer a la izquierda. La desesperación parecía haber alejado hasta la última brizna de esperanza de la joven monja cuando pasó, cayendo. Rayrnond estiró el cuello para ver desaparecer la procesión por una puertecita lateral. Luego se volvió a su esposa y le cogió una mano. Ninguno de ambos habló. Clarissa estaba demasiado emocionada para hablar.

Una monja que había quebrantado sus votos. Sí, sabía qué castigo la aguardaba. La pondrían... Se estremeció y asió con más fuerza la mano de Raymond. No podían..., no podían hacerlo. Ahora no. Tal vez cientos de años atrás, sí..., ¡pero no ahora! Mas el recuerdo de sus propias palabras volvió a su mente: “El pasado parece aquí tan cerca..."
  
Volvió a estremecerse. Unos rumores se filtraron por la puertecita. hasta la catedral.Un débil y breve jadeo. Algo entre un estertor y un chillido; una voz que habló luego con sonoro, majestuoso acento:

-In nomine patris, et filii, et spiritus sancti...

Un chasquido ahogado. El sonido de la llana sobre la piedra. Clarissa se desmayó.

-Se han ido -le estaba diciendo Raymond-. ¡Vamos, de prisa!

-¿Qué...? -Clarissa todavía estaba aturdida, demudada.

-Ven conmigo. Todavía podemos salvarla. Allí debe de haber un poco de aire.

Estaba apremiando a Clarissa por la muñeca, arrastrándola fuera de la capilla, hacia la pequeña puerta.

-Pero si vuelven...

-Te repito que se han ido. Les he oído asegurar los cerrojos del portal.

-Pero... -Clarissa estaba aterrada. Si los monjes descubrían que ellos habían sido testigos ... ¿Qué pasaría?

-¡De prisa, o será tarde!

Raymond cogió un cirio del altar y empujó la puerta. Por su tamaño era muy pesada y se abrió lentamente. Raymond descendió apresuradamente los escalones de piedra con Clarissa pegada a sus talones. La cripta era pequeña. Un cirio era suficiente para iluminarla por completo. Los muros laterales eran lisos, pero ellos incidieron sus miradas en el que tenían enfrente. Mostraba la forma de dos nichos llenos, otros tres vacíos, esperando, y un leve parche de piedras recientes y cemento blanco.

Raymond dejó su cirio en el suelo y corrió hacia la reciente obra, buscando al mismo tiempo una navaja en su bolsillo. Clarissa pasó sus uñas por el cemento aún húmedo.

-Afortunadamente, podremos hacer palanca en esta piedra -murmuró Raymond, en medio de sus esfuerzos. Apretó con los dedos en el borde. La piedra se aflojó y al segundo intento cayó a sus pies con un sordo rumor.

Pero hubo otro rumor en la cripta. Ambos jóvenes se volvieron en redondo para contemplar los inexpresivos ojos de seis monjes.



Por la mañana, sólo quedaba un nicho vacío, esperando.

viernes, 9 de mayo de 2014

Poema de Viernes (a través de Mª Pilar Couceiro)

Hoy Piluka nos invita a descubrir a este poeta sueco con un poema optimista que rezuma calma y belleza.



Este psicólogo y traductor está considerado como uno
de los mejores poetas suecos del siglo XX, sin embargo,
su reconocimiento fue tardío ya que se le acusaba de
apartarse de la tradición poética nórdica y de soslayar
en sus textos temas de contenido social, en favor de un
lenguaje más cotidiano y cercano a la Naturaleza.
Hoy, la crítica señala el fondo místico y universalista
de su discurso.
En 2011 se le concedió el Premio Nobel.

 

 



Toco Haydn después de un día negro
y siento un sencillo calor en las manos.
Las teclas quieren. Golpean suaves martillos.
El tono es verde, vivaz y calmo.
El tono dice que hay libertad
y que alguien no paga impuesto al César.
Meto las manos en mis bolsillos Haydn
y finjo ser alguien que ve tranquilamente el mundo.
Izo la bandera Haydn -significa.
"No nos rendimos. Pero queremos paz".
La música es una casa de cristal en la ladera
donde vuelan las piedras, donde las piedras giran.
Y ruedan las piedras y la atraviesan
pero cada ventana queda intacta.

Tomas Tranströmer (Estocolmo, 1931), Allegro




Jag spelar Haydn efter en svart dag
och känner en enkel värme i händerna.
Tangenterna vill. Milda hammare slår.
Klangen är grön, livlig och stilla.
Klangen säger att friheten finns
och att någon inte ger kejsaren skatt.
Jag kör ner händerna i mina haydnfickor
och härmar en som ser lugnt på världen.
Jag hissar haydnflaggan – det betyder:
»Vi ger oss inte. Men vill fred.«
Musiken är ett glashus på sluttningen
där stenarna flyger, stenarna rullar.
Och stenarna rullar tvärs igenom
men varje ruta förblir hel.



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viernes, 2 de mayo de 2014

Poema de Viernes (a través de Mª Pilar Couceiro)

Después de un descansito de un mes por razones sentimentales, viajeras y volanderas, comparto un nuevo poema de viernes que nos envía Piluka.



De nuevo podemos saborear a este inmenso poeta,
que a pesar de su brevísimo paso por la Tierra,
nos dejó, según la critica y según mis propias
emociones, las páginas más conmovedoras del
Romanticismo inglés.




Tú, todavía virgen esposa de la calma,
criatura nutrida de silencio y de tiempo,
narradora del bosque que nos cuentas
una florida historia más suave que estos versos.
En el foliado friso ¿qué leyenda te ronda
de dioses o mortales, o de ambos quizá,
que en el Tempe se ven o en los valles de Arcadia?
¿Qué deidades son ésas, o qué hombres?
¿Qué doncellas rebeldes?
¿Qué rapto delirante? ¿Y esa loca carrera?
¿Quién lucha por huir?
¿Qué son esas zampoñas, qué aquellos tamboriles,
y ese salvaje ardor?

Si oídas melodías son dulces, más lo son las no oídas;
tintinead por eso, sensitivas zampoñas,
no para los sentidos, sino más exquisitas,
tocad para el espíritu canciones silenciosas.
Bello doncel, debajo de los bosques tu canto
ya no puedes cesar, como ellos deshojarse.
Osado amante, nunca, nunca podrás besarla
aunque casi la alcances, mas no te desesperes:
marchitarse no puede aunque no calmes tu ansia,
¡serás su amante siempre, y ella por siempre bella!

¡Dichosas, ah, dichosas ramas de hojas perennes
que no despedirán nunca la primavera!
Y tú, dichoso músico, que infatigablemente
modulas incesantes tus cantos siempre nuevos.
¡Dichoso amor! ¡Dichoso amor, aun más dichoso!
Por siempre ardiente y nunca, nunca jamás saciado,
anhelante por siempre y para siempre joven;
cuán supremo te muestras a la pasión del hombre
que la desdicha deja su corazón hastiado,
la garganta y la frente abrasadas de ardores.

¿Éstos, quiénes serán que al sacrificio acuden?
¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante,
llevas esa ternera que hacia los cielos muge,
con los mansos costados cubiertos de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad a la vera del agua,
alzada en la montaña su clama ciudadela
vacía está de gentes esta sacra mañana?
Oh, diminuto pueblo, por siempre silenciosas
tus calles quedarán, y ni un alma que sepa
por qué estás desolado, podrá nunca volver.

¡Ática imagen! ¡Bella actitud, marmórea estirpe
de hombres y doncellas belleza cincelada,
con ramas de floresta y escarnecidas hierbas!
¡Tú, silenciosa forma, tu enigma nuestro pensar excede
como la Eternidad! ¡Oh fría Pastoral!
Cuando a nuestra generación destruya el tiempo
tú permanecerás, entre penas distintas
de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo:
«La belleza es verdad y la verdad belleza»...
Nada más se sabe en esta tierra,  nada más hace falta.

John Keats (Londres, 1795-Roma 1821), A una urna griega


Thou still unravish'd bride of quietness,
Thou foster-child of silence and slow time,
Sylvan historian, who canst thus express
A flowery tale more sweetly than our rhyme:
What leaf-fring'd legend haunts about thy shape
Of deities or mortals, or of both,
In Tempe or the dales of Arcady?
What men or gods are these? What maidens loth?
What mad pursuit? What struggle to escape?
What pipes and timbrels? What wild ecstasy?

Heard melodies are sweet, but those unheard
Are sweeter; therefore, ye soft pipes, play on;
Not to the sensual ear, but, more endear'd,
Pipe to the spirit ditties of no tone:
Fair youth, beneath the trees, thou canst not leave
Thy song, nor ever can those trees be bare;
Bold Lover, never, never canst thou kiss,
Though winning near the goal yet, do not grieve;
She cannot fade, though thou hast not thy bliss,
For ever wilt thou love, and she be fair!

Ah, happy, happy boughs! that cannot shed
Your leaves, nor ever bid the Spring adieu;
And, happy melodist, unwearied,
For ever piping songs for ever new;
More happy love! more happy, happy love!
For ever warm and still to be enjoy'd,
For ever panting, and for ever young;
All breathing human passion far above,
That leaves a heart high-sorrowful and cloy'd,
A burning forehead, and a parching tongue.

Who are these coming to the sacrifice?
To what green altar, O mysterious priest,
Lead'st thou that heifer lowing at the skies,
And all her silken flanks with garlands drest?
What little town by river or sea shore,
Or mountain-built with peaceful citadel,
Is emptied of this folk, this pious morn?
And, little town, thy streets for evermore
Will silent be; and not a soul to tell
Why thou art desolate, can e'er return.

O Attic shape! Fair attitude! with brede
Of marble men and maidens overwrought,
With forest branches and the trodden weed;
Thou, silent form, dost tease us out of thought
As doth eternity: Cold Pastoral!
When old age shall this generation waste,
Thou shalt remain, in midst of other woe
Than ours, a friend to man, to whom thou say'st,
"Beauty is truth, truth beauty,--that is all
Ye know on earth, and all ye need to know."


Ode on a grecian urn



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