Grifaldo Toledo, Jorge

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Cuentos de la Luna LLena (a través de Mª Pilar Couceiro)

Esta noche es un nuevo plenilunio en el que podemos disfrutar de un cuento enviado por Piluka...




La leyenda de Pilatos

(Cuento popular suizo cuya fuente se encuentra en el Evangelio Apócrifo de la muerte de Pilatos)

Poncio Pilatos, gobernador de Judea, administraba tan mal su provincia, que, enterado el césar, lo citó ante un tribunal para juzgarlo y castigarlo. Pero cuando el acusado compareció ante el emperador, éste lo recibió con tanta amabilidad gentileza, que, asombrados en extremo todos los presentes, no pudieron dar crédito a lo que veían.
Poco después de haberlo despedido con todos los honores, volvió el césar a enfurecerse tanto o más que antes, y lo hizo comparecer de nuevo ante sí. Los cortesanos, viendo que los saludos y honores no eran menos gentiles que los de la entrevista anterior, comenzaron a sospechar llegaron a una conclusión: el acusado llevaba, sin lugar a dudas, algún amuleto junto a su cuerpo que lo protegía de las acusaciones de sus superiores, transformando a la vez la ira del emperador en lisonjeras frases. Comenzaron, por lo tanto, a registrarlo prolijamente. No hallaron amuleto alguno pero comprobaron, en cambio, que Pilatos había cosido en el interior de su traje, a modo de forro, parte de la túnica que usó Jesucristo en su pasión. Apenas lo despojaron de ella, lo llevaron nuevamente a presencia del césar, entonces éste descargó sobre él toda su ira y lo condenó a muerte.
Pilatos, que no esperaba semejante final, halló la manera de evitar la ignominia. Cuando lo dejaron solo en su celda, se apoderó de un cuchillo de mesa y se quitó con él la vida. Su cadáver fue arrojado en las turbias aguas de Tíber, como sepultura a los suicidas, costumbre de la época.
Desde aquel preciso instante. se desencadenaron sobre Roma furiosas tempestades, lluvias, huracanes y granizos; y durante largas semanas un trueno seguía a otro, mientras toda la tierra parecía agitarse en constantes e interminables temblores. Era el alma pecadora de Pilatos, que así se vengaba de sus enemigos.
De común acuerdo, extrajeron el cadáver del lecho del Tíber y lo llevaron a Vienne, en la Galia, donde lo arrojaron a las aguas del Ródano. Pero también allí se desencadenaron tormentas y tempestades.
Una vez más se comenzó a buscar el cadáver, y cuando tras ardua tarea fue hallado, lo enviaron a Lausana, pero allí también se desencadenó la furia del clima, así que lo trasladaron a una elevada desierta cadena de montañas, a unas cuarenta horas de viaje, y lo arrojaron a las aguas de un pequeño y solitario lago. Así llegó Pilatos al Fracmont.
Los que vivían en las cercanías del lugar querían deshacerse del cuerpo maldito, ya que éste agitaba las aguas del lago, que hasta entonces siempre habían estado en calma, recorría las montañas con furia implacable, ahuyentaba los rebaños que pacían en la ribera y los lanzaba a los más profundos abismos. Otras veces luchaba ferozmente con los otros diablos que moraban en las cercanías y en especial con el rey Herodes. Pero casi siempre se le veía sentado en una especie de plataforma, en la cima de una montaña que miraba hacia Entlebuch, dirigiendo desde allí las tempestades que devastaban las regiones cercanas.
Cierta vez llegó un sabio que conocía muchas fórmulas mágicas. Aquellos lugareños le ofrecieron grandes recompensas si conseguía alejar aquel ser maldito, o siquiera calmarlo. El mago prometió que lo intentaría.
Tras largas horas de ascenso, el hechicero se detuvo sobre una roca de grandes proporciones y comenzó a recitar sus fórmulas mágicas pero sin resultados. Entonces subió a la cima de una montaña llamada Widderfeld, y prosiguió desde allí su lucha contra Pilatos por medio de conjuros. Por fin, tras fiera lucha, el demonio Pilatos cedió ante las todopoderosas fórmulas. Admitió firmar un compromiso prometiendo guardar silencio en el lago, siempre y cuando no se le molestara y se le permitiera abandonar aquellas aguas una vez al año para recorrer libremente las montañas próximas. Aceptó el mago estos requisitos y dio al demonio inmediatamente la forma de un negro caballo. Se asegura que emprendió una carrera tan veloz, que todavía hoy pueden apreciarse sus pisadas, las cuales se grabaron en las piedras de las orillas de la ribera, de tal modo que aún hoy pueden distinguirse.
Pilatos cumplió fielmente lo prometido. Año tras año, el Viernes Santo, día en que hizo crucificar a Cristo, abandonalas aguas del lago, y ataviado con roja vestimenta, toma asiento en la clara superficie. Quien lo ve en ese instante, asegura la leyenda, debe morir en el transcurso de ese mismo año.
Pilatos permanece tranquilo siempre que nadie le moleste. Pero si alguien grita cerca del lago, o se tiran piedras a aquellas aguas, enseguida se forman nubes en el cielo, y se desencadena una terrible tormenta con rayos y truenos. Sin embargo, si esas aguas son agitadas casualmente por los rebaños que se acercan a sus orillas para beber, Pilatos permanece sin inmutarse, tranquilo en su última morada.





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