Hoy es plenilunio... y aquí está el que ha enviado hoy...
Y Bella separó sus labios de la Bestia y contempló los ojos azules de su amado, los rizos rubios removidos por el viento. Inundó su alma de aquel rostro perfecto, luminoso, como la rosa resucitada en el jardín. Vislumbró luego la silueta vieja del Palacio detrás de él, la sombra eterna que crecía hacia el cielo cobijando el secreto de sus corazones. Sintió frío y se acercó más a su cuerpo, escuchando abajo el rumor del valle y las últimas hojas cayendo rendidas por el otoño. Entonces estrechó sus manos y se extrañó de no encontrar aquella aspereza tan dulce, la afilada protección de sus garras. Se fijó en su sonrisa, en sus dientes blancos y pequeños como lágrimas de marfil. Comprendió que ya no estaba con ella, que la Bestia había muerto en el recuerdo, que ahora la abrazaba alguien desconocido, frío, lejano como el invisible deslizar de las nubes.
Y entonces el amor huyó de sus ojos.
Detrás del cuento, Ignacio Pérez
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