Grifaldo Toledo, Jorge

domingo, 28 de febrero de 2016

Poema de viernes (a través de Mª Pilar Couceiro)

Delicado, tierno, luminoso, melancólico... este poema es todo eso y más, pues la pluma de César Vallejo tiene la capacidad de condensar una inmensidad de sentimientos en unas cuantas palabras... disfrutadlo...



Considerado unánimemente como uno de los más grandes e innovadores del siglo XX.
En la poesía alcanza su más brillante forma de expresión, desde el Modernismo
(Los heraldos negros), pasando por la Vanguardia (Trilce), y desembocando en una
revolucionaria concepción del verso (España, aparta de mí este cáliz).




Mi padre, apenas,
en la mañana pajarina, pone
sus setentiocho años, sus setentiocho
ramos de invierno a solear.
El cementerio de Santiago, untado
en alegre año nuevo, está a la vista.
Cuántas veces sus pasos cortaron hacia él,
y tornaron de algún entierro humilde.

Hoy hace mucho tiempo que mi padre no sale!
Una broma de niños se desbanda.
Otras veces le hablaba a mi madre
de impresiones urbanas, de política;
y hoy, apoyado en su bastón ilustre
que sonara mejor en los años de la Gobernación
mi padre está desconocido, frágil,
mi padre es una víspera.
Lleva, trae, abstraído, reliquias, cosas,
recuerdos, sugerencias.
La mañana apacible le acompaña
con sus alas blancas de hermana de la caridad.

Día eterno es éste, día ingenuo, infante,
coral, oracional;
se corona el tiempo de palomas,
y el futuro se puebla
de caravanas de inmortales rosas.
Padre, aún sigue todo despertando;
es enero que canta, es tu amor
que resonando va en la Eternidad.
Aún reirás de tus pequeñuelos,
y habrá bulla triunfal en los Vacíos.

Aún será año nuevo. Habrá empanadas;
y yo tendré hambre, cuando toque a misa
en el beato campanario
el buen ciego mélico con quien
departieron mis sílabas escolares y frescas,
mi inocencia rotunda.
Y cuando la mañana llena de gracia,
desde sus senos de tiempo,
que son dos renuncias, dos avances de amor
que se tienden y ruegan infinito, eterna vida,
cante, y eche a volar Verbos plurales,
jirones de tu ser,
a la borda de sus alas blancas
de hermana de la caridad, ¡oh, padre mío!


César Vallejo (Santiago de Chuco [Perú], 1892-París, 1938), de Los heraldos negros


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miércoles, 24 de febrero de 2016

Luar (Luz de luna, a través de Mª Pilar Couceiro)

El plenilunio llega y con él una nueva entrega de Luar, los relatos con los que Piluka nos ameniza estas noches de luna llena...



El primer amor
"El primer amor", de Raúl Cañestro

Amé dieciocho veces pero sólo recuerdo tres

Silvina Ocampo (Buenos Aires, 1906 - 1993)


Para una vida de cuarenta años, pensándolo bien, no es mucho: no prueba ni inconstancia ni falta de seriedad amar dieciocho veces. Prueba sólo la imposibilidad de vivir sin amor.

El primer amor fue una pareja que me cuidaba, de modo que yo amaba cuatro ojos en vez de dos, dos bocas en vez de una, cuatro manos en vez de dos, cuatro brazos en vez de dos, cuarenta dedos en vez de veinte, dos cabelleras en vez de una, dos ombligos en vez de uno, dos narices en vez de una, dos lenguas en vez de una, de dientes no sabría decir el número, sabría de los órganos internos y externos y de otros detalles que forman parte del cuerpo humano, pero no entraré en tantos pormenores. Toda esta enumeración parece del todo vana, pero no lo es, si se piensa que cada par de ojos está expuesto a la conjuntivitis, al glaucoma, a la ceguera; cada hígado a la cirrosis o a la hepatitis, cada corazón al infarto o al paro cardíaco; sin contar los males menores que se demoran en las uñas o en las plantas de los pies, como los hongos; en la garganta, como las amígdalas, etc. Que dos personas se entiendan sin que algo ande mal, ya sea físico o psíquico, es muy difícil; que tres personas se entiendan es casi imposible, ya que una sola persona a gatas se entiende. Existen otros males que no mencioné, como la envidia, los celos, la desconfianza, el malentendido; todo esto pesa sobre la vida del amor más perfecto y capaz de sacrificio. En el fondo, ¿quién comprende a quién? Nadie lo sabe. Por eso la Trinidad es una de las más sublimes perfecciones de la religión católica.

Se llamaba Anaisidro a veces, otras veces Isidroana, según la hora en que lo frecuentaba, que era a todas horas. Para hacerme dormir, tocaba el piano a cuatro manos o cantaba a dos voces. El piano obraba como un hipnótico sobre mi organismo, por más que quisiera oír un poco más de lo que había oído, me vencía el sueño totalmente. El dúo ejercía un efecto distinto: me desvelaba, y el llanto que salía de mi garganta reclamaba una bebida inmediata y tibia, que no tardaba en llegar en una botella cuyo color era de piedra de luna.

Por más que digan que la piedra de luna trae mala suerte, a mí me enternece contemplarla porque me recuerda los misterios de la primera nutrición, cuando la garganta sabe que está tragando la vida, la energía, el futuro, el destino. A veces prefería a Isidroana, a veces a Anaisidro, todo dependía del género de la bata o de la vestimenta que llevaban, cuyo colorido cautivaba mi alma hasta hacerme gritar de goce o de terror. Dependía también de un sonajero que representaba el movimiento rítmico de una majada o de un jabón cuyo perfume rosado competía con el gusto de la naranjada o del durazno aplastado con un tenedor sobre un paisaje donde corría un río con cisnes plácidos que yo no sabía que eran cisnes, pero que presentía que estarían ligados a Leda en la mitología griega, con un cuello tan sensual que serviría de brazos, de humano acercamiento, acoplamiento más bien, en un calidoscopio en continuo movimiento. Jugaba conmigo. El juego era muy agradable, cuando no era demasiado violento. Cuatro manos pueden jugar a la pelota con un niño que parece de goma: y así lo hicieron. El júbilo es tan grande que no tiene límites. De aquel juego caí al suelo, muerto: así lo anunciaron los vecinos. Pero la muerte no quiso de mí aquel día. Se arrodilló. Me miró. Y, sin saludarme, se fue en busca de un muerto de frío más digno de sus atenciones.

El segundo amor fue casi una media persona. Para reanimarse, tenía que beber dos litros de leche al día. Le faltaba un brazo; en lugar de brazo tenía una paleta de yeso para escribir a máquina o un gancho para el ping—pong. Le faltaban las dos piernas; esta circunstancia hacía que pareciera una estatua, ya que el resto de su cuerpo era perfecto y lo movía con tanta gracia y aplomo que despertaba la envidia de hombres y mujeres que la contemplaban. Había que visitarla en el Instituto de Rehabilitación, con un permiso especial. Era muy difícil encontrarla, porque volaba por los corredores del Instituto en un cochecito de ruedas. Cuando la encontraba, después de muchas corridas, subidas y bajadas en el ascensor, llegaba girando la dicha prometida en las ruedas de su cochecito, pues me trepaba a sus exiguas faldas. "Servime de brazo." Corríamos hacia el caramelero. Yo elegía el paquete de caramelos más llamativo. De su bolsillo, de acuerdo con sus indicaciones, yo sacaba la plata y pagaba como una persona importante; desenvolvía el caramelo elegido y, bajo sus órdenes, se lo ponía en la boca; luego ella, con sus ojos, elegía otro para mí, que yo desenvolvía para metérmelo en la boca. "Ahora corré", me decía. "Mové las ruedas." De un lado mi mano, del otro la de ella, hacía girar las ruedas del cochecito. Y después venía lo mejor. "Peiname", me decía. "En mi bolsillo está el peine. Buscalo." No lo encontraba. "Buscalo, buscalo", insistía, sacudiendo su melena de león y, cuando yo lo encontraba, le desenredaba el pelo como una madeja de seda negra, para mí sola. Un aplauso me hacía creer que era una gran peluquera, pero el aplauso indicaba el fin de las horas de visita. El día en que me regaló su anillo fue el día de nuestro compromiso; ese día me demoré más tiempo mostrando el anillo a todo el mundo, y salí del edificio cuando el cielo rosado me obligó a comer un helado de frutillas. Se llamaba Rousa Longo.

El tercero era un enano. "Te quiero te quiero te quiero", cantaba pasando junto a mí, fumando una pipa con un horrible olor a humo negro. Tenía los pies muy grandes. El pelo ensortijado le cubría un ojo azul. ¿Por qué lo amaba si tenía feo olor, además de ser muy malo? Nada justificaba nuestro cariño que, en aquella época, era muy mal visto. Treinta años mayor que yo, tenía nueve hijos y una mujer que había recogido en un terreno baldío, sin documentos de identidad. Es cierto que tocaba bien el violín y que conocía el nombre de todas las estrellas, pero nada justificaba esa fascinación que ejercía sobre mí cuando pasaba por las calles en un automóvil azul oscuro, con un perro amarillo, que ladraba continuamente a quien lo saludara.

sábado, 20 de febrero de 2016

Poema de viernes (a través de Mª Pilar Couceiro)

Este fin de semana Piluka nos zarandea con un poema que arremete contra los patrones de conducta establecidos...


Autora de poemas desde su adolescencia, realizó su doctorado en Berkeley (USA),
por lo que su obra está influida por las corrientes de la poesía vanguardista
estadounidense. A pesar de ello se la considera como representante de la
mejor poesía rusa de autores jóvenes. Es profesora de literatura en la
Universidad de San Petersburgo.


Cat.253-Encuentro-1959
"Encuentro", óleo de Remedios Varo

El hombre, como pez-sierra,
dormido en la habitación de al lado, en el suelo,
el hombre, como pez-aguja.

Y luego se precipita fuera de mí hilo
¿Qué puntos de sutura en el espacio de los otros?
¿Qué es ese "amor" que viene a pasos cortos,
y modifica formas?
Es como ir a un concilio de espías,
como verter un frasco de veneno en la boca,
vergonzoso regalo. Patrones. Aplíquese el patrón
a nuestros camisones de bautismo.
Al parecer, así nos conocemos,
en pisos adyacentes, en fiestas de frescura,
Contraseña del cosmos:  -"tontolculo"-
mientras se deconstruye la oscuridad solipsista.
Según él -el patrón-, en puñados valientes,
en lunares brillantes, durmiendo en un boleto.
Hallamos el tesoro, debajo de los puentes,
bajo el agua inconclusa. Paredes de prisión,
bandadas de pescados como chispas de fuego.
Y como un fogonazo, el pez se ha diluido,
igual que la medusa que cuelga como un quiste en una roca,
igual que los batracios en la barba del diablo.
Allí, bajo un estante, el tesoro. Ese sueño,
codiciosa memoria, lanzada como un sapo.
Esa noche me escucho, hablándome conmigo,
huyéndome veloz por la mañana, del cerco.


Polina Barskova (San Petersburgo, 1980), Atlántida


 
Человек, похожий на рыбу-пилу,
Спит в соседней комнате на полу,
Человек, похожий на рыбу-иглу.
 
И за ним из меня устремляется нить,
Что сшивает в пространстве чужие слои,
Что, сближаясь, становятся словом "любить",
И оно изменяет обличья свои,
Как идущий  на важную  явку шпион,
У которого ампула с ядом в зубах —
Дар Изоры. Узоры. Узор нанесен
На сукровицу наших  крестильных рубах.
По нему узнаем мы  друг друга вот так —
На соседних полах, на весенних пирах,
И пароль мироздания  — "Попка-дурак" —
Расчленяет лучом солипсический мрак.
По нему —  по узору, по щедрой горсти
Ярких  родинок, спящих на карте спины,
Мы  находим сокровище, там, где мосты
Под водой, а не над. От тюремной стены
Стайка рыбок взлетает, как искры костра,
И, как искры во тьме, рыбки тают в воде,
И медуза на камне висит, как киста,
Как лягушка  у лешего на бороде.
Там, под спудом, —  сокровище. То, что во сне
Память  жадная мечет, как жаба икру,
Что ночами со мной  говорит обо мне
И под  камень подводный спешит  поутру.
 
 
Атлантида


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viernes, 12 de febrero de 2016

Poema de viernes (a través de Mª Pilar Couceiro)

Para este fin de semana, la propuesta de Piluka es un poema introspectivo, con una cadencia dulce acompasada por el vaivén del océano, de una de las figuras femeninas contemporáneas de la poesía portuguesa...


Representante de la poesía portuguesa contemporánea, esta poetisa, de formación clásica,
fue una figura representativa de la oposición a la dictadura de Salazar, cofundadora de la
Comisión Nacional de Ayuda a los Presos Políticos y Presidenta de la Asamblea General
de la Asociación Portuguesa de Escritores. Tras la Revolución de los claveles,fue diputada
por el Partido Socialista de Soares. Recibió el premio Camoens en 1999.   

La versión española es de ella misma.


"Fuego", de Marcela Acevedo


Un hombre solo en la arena lisa, inerte
tan olvidado de sí, que todo lo envuelve
en halos de silencio y niebla.
Un hombre de ojos cerrados, buscando
dentro de sí el recuerdo de su nombre.
Un hombre en la memoria caminando,
de silencio en silencio derivando,
y la ola
ora lo abandonaba, ora lo cubría.

Con vagos ojos contemplaba el día
en sus oídos
como un distante caracol el mar sonaba.
Líquida y fría,
una mano sobre sus miembros se escurría:
era la ola,
que ora lo abandonaba, ora lo cubría.

Un hombre solo en la arena lisa, inerte,
en la orilla danzaba el mar.
En sus cinco sentidos, al demorar,
la presencia de las cosas inicia.


Sophia de Mello Breyner Andresen (Oporto, 1919 -Lisboa, 2004),  Náufrago despertando



Um homem só na areia lisa, inerte,
tão esquecido de si, que tudo o envolve
em halos de silêncio e nevoeiro.
Um homem de olhos fechados, procurando
dentro de si memória do seu nome.
Um homem na memória caminhando,
de silêncio em silêncio derivando,
e a onda
ora o abandonava, ora o cobria.

Com vagos olhos comtemplava o dia.
Em seus ouvidos
como um longínquo búzio o mar zunia.
Líquida e fria,
uma mão sobre os seus membros escorria:
era a onda,
que ora o abandonava, ora o cobria.

Um homem só na areia lisa, inerte,
na orla dançada do mar.
Nos seus cinco sentidos, devagar,
a presença das coisas principia.


Náufrago acordando


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viernes, 5 de febrero de 2016

Poema de viernes (a través de Mª Pilar Couceiro)

Acercándose el 14 de febrero, Piluka nos envía un poema dedicado a la figura de Don Juan... aunque un Don Juan en los infiernos...


Los simbolistas franceses fueron vector para las corrientes poéticas vanguardistas del siglo XX,
y el uso del símbolo incluía la recurrencia a personajes que habían adquirido la categoría de mito.
El punto argumental de este poema parte del Don Juan de Molière, quien a su vez, heredaba
motivos del español Tirso de Molina, dos siglos antes que el Tenorio de Zorrilla.   



"Don Juan en el infierno", de Carlos Schwaber
  
Cuando don Juan bajaba a las aguas ocultas,
tras de dar a Caronte la obligada moneda,
un mendigo sombrío de mirada orgullosa,
vengativo y potente, empuñó los dos remos.

Entreabierto el vestido y mostrando sus pechos,
se agitaban mujeres bajo el cielo nocturno;
y al igual que un rebaño, que aceptara la muerte,
lo seguían reptando, con un largo mugido.

Esganarell, riendo, le exigía su paga,
y entretanto, don Luis, con un dedo convulso,
señalaba a los muertos que vagaban en torno
a aquel hijo rebelde, que insultara sus canas.

Temblorosa y de luto, casta y grácil Elvira,
junto al pérfido esposo, que también fue su amante,
parecía exigirle la suprema sonrisa
que tuviera lo dulce del primer juramento.

Empotrado en el hierro, un gigante de piedra
al timón, iba hendiendo la negruzca laguna;
pero el héroe, impasible, apoyado en su acero,
contemplaba la estela, sin dignarse ver nada.
  
Charles Baudelaire (París, 1821-París, 1867), Don Juan en los infiernos



Quand Don Juan descendit vers l'onde souterraine
Et lorsqu'il eut donné son obole à Charon,
Un sombre mendiant, l'oeil fier comme Antisthène,
D'un bras vengeur et fort saisit chaque aviron.

Montrant leurs seins pendants et leurs robes ouvertes,
Des femmes se tordaient sous le noir firmament,
Et, comme un grand troupeau de victimes offertes,
Derrière lui traînaient un long mugissement.

Sganarelle en riant lui réclamait ses gages,
Tandis que Don Luis avec un doigt tremblant
Montrait à tous les morts errant sur les rivages
Le fils audacieux qui railla son front blanc.

Frissonnant sous son deuil, la chaste et maigre Elvire,
Près de l'époux perfide et qui fut son amant,
Semblait lui réclamer un suprême sourire
Où brillât la douceur de son premier serment.

Tout droit dans son armure, un grand homme de pierre
Se tenait à la barre et coupait le flot noir,
Mais le calme héros, courbé sur sa rapière,
Regardait le sillage et ne daignait rien voir.

  Charles Baudelaire (Paris, 1821-Paris, 1867), Don Juan aux enfers


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miércoles, 3 de febrero de 2016

Poema de viernes (a través de Mª Pilar Couceiro)

Tras unos días atareados, por fin puedo publicaros el poema que envió Piluka el viernes pasado para cerrar el mes de enero... uno de sus poetas preferidos...


En la Égloga VII de Virgilio, aparece el pastor Tyrsis, junto con otros nombres que,
como el de Galatea, pasarían a la literatura a través de textos tardomedievales y
renacentistas. Nuestro poeta de hoy (la niña de mis ojos), perteneciente a la segunda
generación petrarquista española, construye con esos nombres un Soneto instalado
en una imagen suave, sensual y llena de caricias turbadoras.

"Galatea en un delfín", escultura de Leopoldo Ansiglioni, fotografía de Martin Kusnadi


Mil veces digo, entre los brazos puesto
de Galatea, que es más que el sol hermosa;
luego ella, en dulce vista desdeñosa,
me dice: "Tirsis mío, no digas eso".

Yo lo quiero jurar, y ella de presto,
toda encendida de un color de rosa,
con un beso lo impide y, presurosa,
busca tapar mi boca con un gesto.

Hágole blanda fuerza por soltarme,
y ella me aprieta más y dice luego:
"No lo jures, mi bien, que yo te creo".

Con esto, de tal fuerza a encadenarme
viene, que Amor, presente al dulce juego,
hace suplir con obras mi deseo.



Francisco de Aldana (Nápoles, 1537-Alcazarquivir, 1578)


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