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La nieve está vacía.
Madrid. Espasa Calpe. 2000.
En esta primera incursión en la novela policíaca, Prado nos cuenta la historia de un hombre que una noche sale en busca de Laura Salinas para matarla. Es un hombre asustado, sin escapatoria; un hombre corriente, como cualquiera de nosotros, al que no le queda otra salida que la de matar a esa mujer. Un hombre que forma parte de un grupo de tres amigos: Iker Orbáiz, escritor, Alcaén Sánchez, agente de seguros, y Ángel Biedma, médico; y del que no sabemos su nombre.
La historia se nos presenta como si fuese una historia real contada a través de uno de esos tres amigos, cuya identidad no la vamos a conocer hasta el final. Así lo explica el narrador a los lectores en el primer capítulo, haciendo especial hincapié en que los hechos son reales y lo único inventado es el narrador. Un narrador que, a pesar de ser un personaje principal de la trama, es capaz de contarnos la historia como si hubiera estado en todos los sitios y conociera hasta los pensamientos de los otros personajes, de manera que los lectores “no deben jugar a ser detectives ni intentar identificarlo”. Es decir, nos exige que suspendamos cualquier juicio crítico sobre lo que nos cuente y que nos limitemos a aceptarlo. De esta forma, siendo juez y parte, rompe la superioridad que habitualmente tienen los lectores sobre los personajes, al conocer sus actividades clandestinas, y consigue colocarse por encima del lector para intentar manejarlo a su antojo y hacerle ver lo que él quiere que vea: incluso nos adelanta acontecimientos; y, por eso, cada vez que existe la más mínima posibilidad de que cuestionemos la verdad de sus afirmaciones y suposiciones sobre las causas que llevan a uno u otro personaje a actuar de un determinado modo, se dirige a nosotros obligándonos a imaginar lo que cada uno haría en semejante situación e, incluso, a identificarnos con el personaje del que está hablando.
Sin embargo, la afirmación del narrador de que nos va a contar una historia real, es verdad sólo en parte, pues, como él mismo indica, ha reelaborado los acontecimientos para poder contar la historia desde todos los ángulos. Lo que significa, como se verá al final, que, en realidad, sólo conoce los sucesos principales y que el resto es una reconstrucción suya que ha tenido que hacer para escribir la novela. Así quiere cubrir sus huellas. La segunda mentira es decir que nos va a contar “todo lo que pasó”. Porque, aunque nos cuenta hasta los más secretos sentimientos del personaje principal, nos oculta la trama que va urdiendo otro de los personajes y que será el detonante final del drama.
Y
es que ésta es una historia de mentiras, amor obsesivo y dominación,
donde nadie es del todo lo que parece. Desde Alcaén, que finge ser
un hombre adinerado para conquistar a Laura; hasta Iker, que finge no
darse cuenta de los intentos que hace Ángel por controlar su vida.
Por esa razón esta novela es mitad historia policíaca, mitad
narración psicológica, donde el entramado se teje con la más
profunda y negra parte de cada personaje, en consonancia con el
estilo amargo, afilado y un tanto derrotista que rige sus novelas.
Para
contar esta clase de historias, no hay nada mejor que crear un mundo
cerrado en el que los personajes se relacionen con muy pocas
personas; y en esta novela ese microcosmos está formado por el grupo
de tres amigos y el bar donde se reúnen, el Sívori. Fuera de este
ambiente, muy pocos datos, que no sean esenciales para el desarrollo
de la novela, se llegan a saber. De hecho es como si no conocieran a
nadie más; sólo Álcaén, en sus citas con Laura Salinas, e Iker,
al visitar un lugar donde exterminan palomas y un cementerio, rompen
esa monotonía. Sin embargo, este ambiente asfixiante se suaviza a
través de las historias que los propios personajes hacen de otras
personas. Historias reales, como las de los padres de Iker y Ángel;
ficcionales, como las de los relatos de Iker; supuestas, como la de
la dueña del Sívori, Gloria; entre las que se mezclan pequeñas
pinceladas, en forma de necrológicas, de la vida de varios
escritores.
Muchas
de estas historias (las de los padres, la de Gloria) están en
consonancia con uno de los temas recurrentes de Benjamín Prado: la
importancia de conocer tu pasado para comprender tu presente. Es éste
un tema que marca casi todas sus novelas (llegando, incluso, a
titular una de ellas “¿Dónde crees que vas y quién te crees que
eres?”) y que aquí se centra, principalmente, en las figuras de
Ángel: cuyas manías y supersticiones son herencia de su madre; y en
el personaje de ficción que Iker está creando para su novela: al
necesitar un pasado que le conduzca a su presente, que le haga ser
verosímil y coherente. Una meta a la que todo personaje debe
“aspirar”, pues la forma de volverse tangible y real para los
lectores es mostrar un pasado que les explique por qué actúa de esa
manera. Por este motivo, un personaje que se comporte de forma
arbitraria, sin un patrón de conducta que el lector pueda reconocer
(por muy distante que esté de su propio patrón) lo alejará de él
y lo convertirá en un personaje absurdo e irreal. Por paradójico
que parezca, este efecto suele pasar más en la vida real que en las
novelas. La razón es muy sencilla: en nuestra vida de cada día rara
vez llegamos a conocer los pensamiento íntimos de las personas que
nos rodean, mientras que en una novela esa necesidad de hacer creíble
al personaje conlleva que se nos dé una enorme cantidad de datos
personales y subjetivos sobre él, de forma que podríamos decir que
llegamos a conocer en mayor profundidad a algunos personajes
novelescos que a muchos de nuestros amigos.
También
aparecen en esta novela otros motivos habituales del mundo literario
de Prado. Uno de los más importantes es la aparición del agua, en
cualquier forma: el mar, la lluvia, un río, un lago, una piscina…
Ya en el primer capítulo se nos ofrece la imagen de un hombre que
sale a matar a una mujer justo después de una tormenta -más tarde
sabremos que es una tormenta de verano-, lo que, por un lado, le
ayuda a crear una atmósfera sofocante y, por otro, le sirve como
tópico del agua torrencial que, al arrastrar todos los engaños que
rodean a un personaje y dejarle ver la verdad, le hace libre; pero al
tratarse de Prado y su visión amarga y oscura de la vida, este
tópico se invierte y lo que debería hacerle libre se convierte en
una cadena que le hunde en un abismo cuya única salida es matar a
Laura Salinas. Otra referencia al agua la podemos encontrar en la
historia del anciano senil obsesionado con acumular botellas y más
botellas de agua por si se acababa.
Otro
de los motivos más importantes y habituales es la muerte, tanto en
su faceta natural como violenta. Hace casi un año, tuve oportunidad
de preguntarle por la aparición recurrente de la muerte en sus
novelas y su respuesta fue que le atraía mucho lo desconocido. Visto
así tiene razón: la muerte es el suceso más desconocido y
desazonador que existe; el problema es que no me aclaró por qué, en
todas las novelas que llevaba publicadas, esas muertes son sólo
muertes “apuntadas”: nunca hay cuerpo. En todas ellas la muerte
es tratada desde un plano indirecto, a través de los ojos de un
personaje que bien ha vivido la tragedia, bien se la han contado o
imaginado, bien ha visitado con posterioridad el lugar del crimen, o
“supuesto crimen”; pero que nunca cuenta los detalles del mismo,
sino que sólo informa de que alguien ha desaparecido o muerto. Y,
aunque por descontado de esto no se salva la nueva novela: está la
historia de un posible asesinato entre dos hermanos de corta edad,
las visitas que hace Iker a los lugares donde se ha producido algún
drama para trasladar el ambiente a sus relatos; en esta novela era
necesario acompañar al asesino durante su brutal crimen para
comprender el hundimiento moral que se produce después.
Bastante
más amables que las anteriores son las referencias musicales y
literarias que suelen adornar sus novelas. Aparte de los paralelos
que establecen los distintos narradores entre la vida de los
personajes y la de algún músico o escritor, o entre la atmósfera
que hay en un momento en la novela y cierta música, es habitual que
los personajes que buscan cambiar su vida y ascender en la estima de
los demás, se vuelquen en la lectura como medio para conseguir una
mayor cultura y sentirse a la altura de las nuevas circunstancias.
Así lo hace aquí Alcaén cuando se prepara para un futuro al lado
de Laura Salinas: se lee todos aquellos libros de los que ha oído
hablar a sus dos amigos en las interminables discusiones literarias
que han mantenido en el Sívori, y espera impacientemente poder
discutirlos, a su vez, con Laura. Esto entronca con la tendencia que
tienen los personajes de Prado a idealizar a la persona amada, hasta
el punto de que llegan a mitificarlos (en el caso de Laura, la
identifica con un unicornio) y no son capaces de verlos como a
personas normales, con sus virtudes y sus defectos. Por eso, al
descubrir que son sólo humanos, todo el castillo de arena que habían
formado a su alrededor es arrastrado por esa agua torrencial y
convertido en lodo. Además de este problema del “ascenso personal
a través de la lectura”, Ángel e Iker nos proporcionan otras
referencias literarias a través del trabajo que tiene este último
en un periódico: escribir necrológicas de escritores que
fallecieron ese día -lo que también enlaza con el tema de la muerte
“apuntada”. En cuanto a las musicales, se pueden encontrar como
comparación con la risa de Laura Salinas: risa Brahms, Elvis, Bob
Dylan…; y también como uno de los gustos de Ángel: el jazz.
En
cuanto al tiempo, se puede decir que la trama principal de la novela
transcurre entre “una mañana de diciembre” y el 1 de agosto del
año siguiente, en que detienen al asesino; aunque el tiempo “real”
se extiende hasta algo más de dos años después, tras los juicios,
cuando el narrador se decide a escribir esta novela para contar lo
que sucedió. Es un tiempo muy cuidado, que se puede medir bastante
bien, y que divide a la trama en tres partes en las que el tiempo se
va concretando cada vez más.
La
primera parte, el encuentro de Alcaén con Laura Salinas y sus
primeras citas, sucede en apenas semana y media, con la única
referencia precisa de ser diciembre. La segunda parte, desde que
Alcaén prepara el robo a la Aseguradora, hasta que “al asesino”
se le propone el crimen, transcurre desde mediados de marzo,
aproximadamente, hasta un martes de mayo, posiblemente la segunda
semana, con alguna referencia, tanto al día de la semana, como al
mes. De la tercera parte, desde el asesinato hasta la detención, hay
que decir que se indica la fecha completa y hasta el día de la
semana, pudiendo así seguir con facilidad los pequeños saltos de
tiempo que se suceden e, incluso, saber qué ha hecho el asesino en
esos días. Algo que no sucede en los grandes saltos que hay entre
una parte y la siguiente, donde adivinamos lo sucedido por lo que se
cuenta en capítulos posteriores.
El
estilo de Prado, como ya he apuntado, tiene un registro amargo,
afilado y un tanto derrotista, fruto de describir ese lado oscuro de
la condición humana que nos lleva a concedernos unas “vacaciones
morales” cuando nos creemos poseedores de la razón en estado puro,
y, en su nombre, cometer toda clase de abusos. Sin embargo, en varias
ocasiones, se hace hincapié en que este criminal no es ni un loco ni
un asesino, sino solamente un hombre asustado que ha sido empujado a
asesinar. De hecho, no sólo parece empujado por la trama creada a su
alrededor, sino también por la presencia fantasmal de una especie de
“destino adverso” que convierte todos los pasos que ese hombre da
para encauzar su vida, en pasos que le llevan a convertirse en
asesino.
Las
frases lapidarias, las imágenes negativas que manchan hasta los
encuentros amorosos, la ironía con la que el narrador nos adelanta
acontecimientos negativos que contradicen las intenciones del
personaje…; en definitiva, esa visión desesperanzadora y
angustiosa que vierte Prado en sus obras se encarna en esta novela
policíaca como un brutal experimento para saber hasta qué punto del
Infierno de Dante puede descender un hombre decente si se le manipula
adecuadamente.
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